La disección de un Cartier-Bresson. Parte I: La exposición

Al observar una fotografía, generalmente no tenemos problema en decidir si nos agrada o no la imagen, si estamos o no ante una «buena» fotografía.  Lo que en ocasiones es más difícil es, cuando manifestamos nuestro agrado ante una imagen bien lograda, contestar la pregunta «¿Por qué dices que es una buena fotografía?»  Usaremos aquí una fotografía de Henri Cartier-Bresson (1908-2004) para intentar una disección de lo que constituye una «buena fotografía».

Al observar la imagen lograda por Cartier-Bresson,  todos los alumnos de nuestro taller la consideraron una buena fotografía.  Al ser cuestionados sobre la razón por la que la imagen les resultó agradable, los alumnos mencionaron, entre otras razones, «la expresión en la cara de la señora», «las piernas de la chica», «el blanco del vestido», «la complejidad de imágenes», «la conexión que provee la banca entre la señora y la chica», «los reflejos», «la disposición de los elementos».  En general, la idea atrás de todas estas razones es que esta fotografía nos cuenta una o más historias que podemos imaginar respecto a las personas y el lugar representados.

La imagen también posee una enorme riqueza de detalles, sin que éstos se estorben entre sí.  Podemos pasar un buen rato encontrando estos detalles: los anteojos de la chica sobre la mesa, el ejemplar de Le Figaro que supuestamente está leyendo la señora, la vestimenta del señor que aparece en el fondo, las figuras que se reflejan en la ventana, los ornamentos de la banca y las mesitas … Todos estos son elementos subjetivos de gran importancia que nos permiten reconocer una imagen que, como la de Cartier-Bresson, podemos considerar «artística».

En el aspecto técnico, podemos examinar la fotografía desde dos perspectivas que en conjunto nos permiten entender aún más una imagen fotográfica: la exposición y la composición.  En esta entrega discutiré la exposición, dejando para Leo Solís el análisis de la composición en un artículo posterior.

Exposición
Intuitivamente podemos decir que la fotografía de Cartier-Bresson está «bien expuesta».  Esto significa que la foto no es ni demasiado oscura (sub-expuesta) ni demasiado clara (sobre-expuesta).  Esta imagen en particular presenta una gran variedad de tonos de gris, lo que podemos constatar usando las «zonas» de Ansel Adams, que son tonos que van desde el blanco puro (zona X) hasta el negro absoluto (zona 0):

Más técnicamente, podemos analizar esa variación de tonos aprovechando el histograma que se puede extraer a partir de una imagen digital.  El histograma nos presenta el número de pixeles en la imagen que corresponden con los diferentes tonos de gris.

En el caso de la fotografía de Cartier-Bresson, el histograma presenta varios valles y picos, pero en general tiene una distribución pareja a lo largo de toda la gama de tonalidades y todos los tonos están representados, es decir, no hay huecos en el histograma.  La imagen tiene además la particularidad de que los elementos principales de la foto contienen también todos los tonos, en una frecuencia que resulta agradable a la vista.  Por ejemplo, la imagen de la chica contiene toda la gama de grises, desde el negro absoluto en las medias hasta el blanco puro en las partes brillantes de su vestido, pasando por diversas tonalidades intermedias en la piel y el cabello.

El histograma fotográfico es una herramienta muy poderosa para analizar y para producir imágenes.  Sin embargo, no deja de ser un instrumento estadístico que sintetiza en números algunos atributos estéticos de una imagen.  Observando únicamente el histograma sería imposible decidir si la fotografía es buena o no, pues esa evaluación depende de la manera en la que nuestro cerebro juzga la disposición espacial de los millones de pixeles de todos los tonos que forman la imagen.  Esa disposición tiene que ver más con la composición, el tema que se abordará en la siguiente entrega.